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lunes, 2 de diciembre de 2013

Polvazo en un sexshop



Al entrar en aquel sexshop, no tardé en darme cuenta de que lo más erótico que había en toda la tienda era la dependienta. Una delgadita y atractiva morena, de pelo largo, de mi edad más o menos. Vestía un provocativo top dejando el hombro derecho desnudo y el ombligo al aire, así como unos pantaloncitos vaqueros muy cortos que le permitían lucir un increíble culo.

Aproveché que no había nadie más en la tienda para conocerla, con la excusa de que me explicara para qué servían algunas de los productos de la tienda. Dimos vueltas por la tienda comentando los productos. Se llamaba Carolina. Era dulce y simpática. Tenía un aspecto inocente muy engañador, pues por lo que hablábamos no tenía un pelo de virgencita. El piercing de su lengua me estaba volviendo loco. Su pelo era suave y brillante, y su risa encantadora. A primera vista me había atraído sexualmente, pero ahora no solo quería tirármela sino que también me estaba gustando como persona.

Era muy extrovertida, y los comentarios sexuales que soltaba sobre algunos productos de la tienda me estaban calentando mucho. Me contó incluso experiencias personales. Pese a lo extremadamente buena que estaba, hay un detalle que sobresalía por encima de los demás: su sonrisa. Una preciosa y dulcísima sonrisa capaz de encandilar al ser más frío. Cada vez que sonreía conseguía que milagrosamente dejara de mirar su cuerpo para fijarme en su bello rostro. Pero ya basta de romanticismos. En ese momento estaba más caliente que una antorcha, y de no ser por lo que pasó luego, habría acabado haciéndome una señora paja en mi casa por culpa de Carolina.

El caso es que encontramos una especia de pala para azotar, y Carolina comentó lo que le gustaba eso. “¿Puedo?” sugerí. Un entusiasta “¡Claro!” me dio luz verde para ello. Cogí la pala y Carolina inclinó el cuerpo, sacando el culo hacia fuera. Le di un par de golpecitos en el culo, tras lo que ella añadió “Espera, así mejor.”. Y se bajó un poco los pantalones cortos dejándome ver su tremendo culo al aire, adornado con un tanga rojo. Los ojos se me abrieron de par en par. Volví a pegarle en el culo, flojito. No debió gustarle la debilidad con la que estaba azotándola porque dijo:
-          ¿Así azotas? ¿Cómo una nena?
-          Estoy acostumbrado a hacerlo con la mano. – Vacilé.
-          A ver, demuéstralo. – Dijo ella con otro de sus deslumbrantes sonrisas.
Dejé la pala en el suelo y le azoté el culo con mi mano derecha. Esta vez algo fuerte. Carolina emitió un gemidito tras lo cual volvió a su sonrisa habitual. Yo estaba realmente disfrutando el momento.

Tras dos azotes más, y ante la permisividad de Carolina, mis manos fueron a parar cada una a uno de sus cachetes del culo, y los agarré con firmeza. Ella solo sonreía mientras yo le tocaba el culo. Se giró hacia mí para decirme con esa sonrisa pícara en la cara.
-          ¿Quieres verlas?
-          ¿Eh… qué… el qué? – Tartamudeé.
-          Que si quieres verme las tetas, tonto.
En tal punto no pude contestar sonoramente, solo asintiendo con la cabeza. Ella se echó un paso hacia atrás. Se llevó las manos a la espalda y un segundo después vi como un bonito sujetador rojo caía al suelo. Luego se cogió del top y lo levantó. Miré atónito sus preciosas tetitas naturales hasta que una nueva proposición me despertó del trance.
-          Puedes tocar, jiji.
Se acercó y yo levanté mis manos, algo sudorosas por la tensión, hasta llegar a amasar sus pechos. En mi pantalón también había acción. Mi pene ya estaba duro. Jugueteaba con sus tetas tocando cada centímetro y pellizcando sus pezoncitos. Entonces Carolina fue un paso más allá de nuevo. Con su mano derecha me cogió de la nuca y me acercó a ella hasta plantarme un beso. Metió su lengua en mi boca sin miramientos. Su mano izquierda sin embargo, se metió debajo de mi pantalón y de mis boxers, y acabó agarrándome la polla. Empezó a pajearme bajo el pantalón mientras me besaba frenéticamente. En aquel momento yo ya estaba completamente loco por follármela.

Sin dejar de besarme me bajó los pantalones y la ropa interior. Pasó a besarme el cuello. Bajó hasta el pecho. Siguió bajando. Y cuando me quise dar cuenta estaba de rodillas con mi polla en la boca. No tardé ni un minuto en darme cuenta de que Carolina sabía lo que hacía. Jugaba fenomenalmente con la lengua, dando ese toque metálico con el piercing, y no dejaba de lado los huevos. Los masajeaba con las manos y de vez en cuando los lamía. Yo miraba insistentemente hacia la entrada, puesto que una estantería de películas porno me tapaba de cintura para abajo, pero yo podía ver perfectamente a la gente andando por la calle, y rezaba porque nadie decidiera entrar en ese momento. La profunda garganta de Carolina y su técnica succionadora, junto con el hecho de que yo iba muy caliente, hizo que a los pocos minutos estuviera a punto del clímax. Se lo hizo saber y ella me respondió con indicaciones. “En la boquita, échamelo en la boquita.”. Yo obedecí sumisamente. Carolina dejó de chupar, abrió la boca y sacó la lengua, pero seguía pajeándome con ambas manos. Esa visión era increíble. En seguida empecé a gemir ligeramente mientras el semen salía de mi polla y entraba en la boca de Carolina. Tras dos chorros directos a su boca, ella se metió la cabeza de mi miembro en la boca mientras yo seguía corriéndome. Estuvo pajeándome con mi polla en su boca hasta que notó que había dejado de correrme, y succionó para llevarse las últimas gotas. Aún arrodillada, miró hacia arriba, me miró a los ojos, y abrió la boca enseñándome toda mi corrida sobre su lengua. Esa bonita sonrisa quedaba infinitamente mejor con mi semen en la boca. Después, sin hacer ascos para nada, se lo tragó todo de golpe. Se levantó para ponerse a mi altura. Sonrió dulcemente con una gotita de leche saliéndole por la comisura del labio. Se relamió los labios con su lengua limpiando cualquier prueba del delito. O más bien tragando cualquier prueba del delito.

Entonces se fue hacia la caja, cogió una llave y cerró la puerta de la tienda. Después me cogió de la mano llevándome hacia la trastienda mientras decía: “Vamos, que me he puesto súper cachonda”. En la trastienda había un sofá. Me tiró sobre él y me quitó toda la ropa. Luego se quitó toda su ropa, pudiendo apreciar al fin un bonito y aseado coñito parcialmente depilado, con algo de pelo. Se tumbó sobre mí plantándome su coño en la cara y metiéndose mi pene flácido de nuevo en su boca. Estaba chorreando. La mamada que me había hecho antes la había dejado muy mojada. Yo me comía su coñito con gran gusto, y me entretenía lamiéndolo. Parecía que lo estaba haciendo bien dados los gemidos de gusto de Carolina. Estuvimos un rato haciendo el 69, hasta que mi aparato se hubo recuperado y pudimos pasar a la acción. “Métemela” me susurraba ella. Directamente, sin rodeos, la quería dentro. Cumpliendo sus deseos, y obviamente también los míos, me tumbé sobre ella en aquel sofá y la penetré poco a poco hasta que toda mi polla estuvo dentro de ella. Carolina se mordía los labios. Empecé a penetrarla cada vez a mayor velocidad hasta coger buen ritmo. Ella no dejaba de hablar de forma sucia y decir guarradas, que dicho sea de paso, me ponía aún más. ¿Cómo una chica con ese aspecto tan inocente podía resultar tal bomba sexual y sucia malhablada? Pues así era.

El polvo estaba siendo dirigido claramente por ella. Yo obedecía, y me encantaba cada cosa que me decía. Cambiamos de posición y se puso a cuatro patas en el sofá. Yo me puse detrás de ella. Giró la cabeza para mirarme y me dijo “Dame por el culo. Lo estoy deseando”. Yo apoyé la punta sobre su ano, y la emoción me llevó a meterla demasiado de golpe. Carolina se estremeció, tensó todos sus músculos por el susto, pero apretando los dientes decía “No pares”. Yo continué embistiéndola con todas mis ganas, y ahora sí sus gemidos habían pasado a ser gritos de placer. Recordé que le gustaban los azotes y le propinaba alguno de vez en cuando, llegando a dejar bastante rojo el lado derecho de su culo. Incluso me atreví a tirarle un poco del pelo mientras me la follaba al estilo perrito. Parecía gustarle. Utilicé una mano para masajearle el clítoris buscando aumentar su gozo. Se hizo evidente que gozaba cuando empezó a gritar más y más hasta que tuvo un increíble orgasmo. Pude notar sus contracciones. Carolina estuvo unos segundos después de correrse totalmente inmóvil recuperando el aliento, pero yo seguía follándole el culo.

La anterior mamada hacía que ahora me costara más eyacular, y el polvo se estaba alargando. Sin embargo, yo estaba empezando a cansarme, y ella lo notó. Por ello me sentó en el sofá y se puso ella encima. Primero se puso de espaldas, y se sentó sobre mi pene, que entro en su culo ahora con más facilidad. Dio unos cuantos votes pero en seguida le pedí que se girara. Ella lo hizo y continuó saltando sobre mi polla pero esta vez de cara a mí. “Quieres mirarme a la cara mientras te follo, eh” me decía Carolina. Movía las caderas de una forma increíble. Me estaba destrozando el miembro. Veía botar sus pequeñas tetitas delante de mí. Poco más iba a durar por culpa de sus movimientos circulares de cintura. Me abracé a ella y le dije al oído que me iba a correr. Ella contestó: “Córrete en mi cara.”

Se arrodilló en el suelo y yo me puse delante de ella. Agarré su cabeza del pelo con firmeza usando mi mano izquierda, y con la derecha me pajeaba en su cara. Aproveché el momento para golpear las mejillas de su bella carita y su perforada lengua con mi polla. Ya estaba a punto de correrme y le dije: “Sonríe preciosa”.

Carolina me puso una de sus deslumbrantes sonrisas al tiempo que la leche empezaba a brotar de mi miembro. Lefazo tras lefazo iba cubriendo su preciosa cara con mi esperma. Cuatro latigazos fueron suficientes para dejar su rostro bien pintado. Ella no dejaba de sonreír mientras mi semen resbalaba por sus mejillas hasta quedar goteando en su barbilla. Esa bonita sonrisa, cubierta ahora de mi leche, era aún más sexy.

Desde entonces mis visitas al sexshop son más ocasionales, y siempre que puede Carolina me recibe con los brazos abiertos. O mejor dicho, con la boca abierta.

Y gracias aquello puedo decir felizmente que me he corrido sobre la sonrisa más bonita y dulce de España.





Este relato está inspirado en la increíble actriz porno Carolina Abril  y está dedicado a ella.











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