Todos los relatos que aparecen en este blog han sido escritos por mí. Ninguno ha sido copiado de ninguna otra web de relatos y se ruega que, del mismo modo, tampoco sean copiados (excepto consentimiento expreso). Gracias.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Un regalo para Santa Claus (Especial Navidad 2015)


Ya era Navidad. Aunque era época de vacaciones, yo aproveché para ganar algo de dinero extra trabajando algunos días en un centro comercial. Sí, yo era el Santa Claus del centro comercial. Vestido de rojo, con barba postiza y relleno en la barriga, me sentaba en un sillón mientras los niños hacían cola para sentarse en mi regazo y pedirme regalos. Un coche teledirigido, una bicicleta, una casa de muñecas, un balón de fútbol, un monopatín... Todos tenían claro lo que querían por Navidad.  Junto al sillón disponía de una caseta ambientada para parecer la casa de Santa Claus, y en la que pasaba los descansos fuera del alcance de más niños. Era un trabajo repetitivo pero lo llevaba bien.

Mi tercer día como Santa Claus de centro comercial fue diferente. En el segundo turno, la cola de niños deseando hablar con San Nicolás se terminó antes de lo previsto, así que aproveché para tomarme el siguiente descanso. Sin embargo, aún no me había levantado de mi sillón cuando se acercó a mí una joven de veintipocos años. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta y vestía pantalones vaqueros largos y ajustados, una buena chaqueta cubriendo toda su parte superior del cuerpo y una bufanda roja alrededor del cuello.
 - Esto es solo para niños. - Le dije.
 - Seré rápida. Solo quiero pedir mi regalo de Navidad.
Su bonita sonrisa me paralizó durante unos segundos y para cuando pude reaccionar, ella ya estaba sentada en mi regazo.
 - Está bien... Dime, ¿qué quieres por Navidad?
Ella estaba sentada en mi pierna derecha, girada hacia mí. Me pasaba el brazo por detrás hasta apoyarlo en mi hombro izquierdo. Su pierna rozaba ligeramente mi paquete, según mi opinión, de forma voluntaria. El aspecto decente y reservado que transmitían sus ojos claros y su tez juvenil, se contradijo totalmente unos segundos después. Acercó sus labios a mi oído y me susurró su deseo.
 - Lo que quiero por Navidad es...  - Hizo una breve pausa y, mientras me agarraba disimuladamente la entrepierna, concluyó. - Una buena polla.
Mi corazón dio un vuelco. Sin saber qué decir, miré instintivamente a los lados, pero nadie se fijaba en nosotros. Cuando me calmé un poco le seguí el juego.
 - Pero, ¿has sido buena este año?
 - Pues la verdad es que he sido un poco mala. No lo puedo evitar, Santa, me encanta tener una polla en la boca.
 - Si has sido mala no tendrás regalos.
 - Pues castígame, Santa. Prometo tragármelo todo como una buena chica...
Su erótica sonrisa tras esa frase me puso tremendamente cachondo. Entonces se levantó de mi regazo, me cogió de la mano y tiró hacia mí llevándome a la caseta de madera en cuyo buzón a la entrada estaba escrito "Claus". Me dejé llevar por aquella joven, no sin antes colocar en el sillón el cartel que decía "Santa ha ido a vigilar a sus elfos. Volverá enseguida."

martes, 15 de diciembre de 2015

El día después



La luz de la mañana entrando por una rendija entre las cortinas despertó a Lucía. Los rayos de sol provocaban un bonito destello en uno de los piercings de sus pezones. Abrió los ojos lentamente y se quedó pensativa. No recordaba nada de la noche anterior, y un agudo dolor de cabeza le sugería que el alcohol podría ser la causa. Estaba completamente desnuda en su cama. Tenía en la boca un sabor raro pero familiar. El culo le ardía. Las sábanas olían a sudor. Se movió hasta el borde de la cama y apoyó los pies en el suelo. Al levantarse notó las piernas muy cansadas. Fue hasta la puerta con los ojos entreabiertos por la molestia de la luz solar y salió de la habitación.

Caminó hasta el baño sin siquiera preocuparse por pasearse desnuda frente a las ventanas abiertas del salón. Prefería alegrar la mañana a un vecino antes que enfrentarse a la intensa luz que entraba por ellas. Por el salón se encontró con su ceñido vestido azul tirado en el suelo. Pensó que cuando se le pasara el dolor lo recogería. Al llegar al baño se miró al espejo. Tenía ligeras marcas en el cuello y los pechos. Se los acarició. Solía hacerlo, le encantaban los pechos femeninos. La dureza de los piercings en sus pezones rascó las palmas de sus manos. Al darse la vuelta vio que sus nalgas aún conservaban un color rojizo. Se acarició el culo, esta vez casi por compasión. Su imaginación voló intentando adivinar qué había pasado la noche anterior. Sentía como si le hubiera atropellado un camión, o como si se hubiera follado a todo un equipo de rugby. Ese pensamiento provocó un vuelco en su corazón. Dos amigos suyos jugaban a rugby. La posibilidad de aquella locura le aumentó el dolor de cabeza, así que se metió en la ducha y abrió el agua fría. Notó que el agua casi helada limpiándole el cuerpo, después de lo sucia que parecía haber sido la noche anterior. "¿Cuántos jugadores hay en un equipo de rugby? ¿10? ¿15? Joder, 15..." Solo podía pensar en eso. Se imaginó a 15 hombres musculados a su alrededor, con enormes miembros apuntando hacia sus indefensos agujeros. Una mezcla de terror y excitación le sacudió.

Se duchó intentando borrar ese pensamiento de su cabeza. Se puso el albornoz y volvió a la habitación. Sus ojos ya se habían acostumbrado de nuevo a la luz. De camino recogió su vestido y lo llevó a la habitación. Al volver a entrar al dormitorio y verlo con claridad se dio cuenta de que estaba echo un asco. Vio su sujetador rojo tirado en el suelo. También las bragas a juego, pero estaban rotas. Y junto a la cama dos condones usados. Al menos solo había dos y no quince, pero Lucía no las tenía todas consigo. En la mesilla había algo. Se acercó y vio que era un dispositivo USB. Se extrañó porque no era suyo.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Limpieza a fondo



Ding dong. Me levanté del sofá y recorrí con calma los pocos metros hasta la entrada. Abrí la puerta y me encontré de bruces con un ángel. Un precioso rostro angelical de piel tersa y blanquecina era la carta de presentación de una jovencita de veintipocos años con un aspecto inocente solo alterado por un piercing estilo septum en la nariz y un tatuaje detrás de la oreja. Su sedoso pelo castaño caía a la altura del pecho y lo adornaba un mechón rebelde de color más rubio cayendo por el lado izquierdo. Sus penetrantes ojos marrones, a juego con el cabello, brillaban transmitiendo dulzura.

Un enérgico y risueño "¡Hola!" me hizo reaccionar ante la hipnosis que había ejercido sobre mí. Se presentó como Shelly. Era la chica que me mandaba la agencia. Había decidido otorgar la tarea de limpieza de mi piso a una agencia, y Shelly era la chica que me habían mandado. Si lo hubiera sabido, les habría llamado mucho antes.

Entró a mi piso cargando una bolsa. Le dije que le dejaba trabajar y volví al sofá, donde yo también estaba trabajando frente a mi ordenador. Pasó un rato y no me percaté de que Shelly se había cambiado de ropa hasta que se puso a limpiar los estantes de la pared frente a mí. Se me quedaron los ojos como platos al verla llevando un vestido sexy de doncella, extremadamente ligero de tela. Atuendo digno de película porno. El vestido de sirvienta estilo francés (de french maid), blanco y negro, con su delantal por delante, la falda suficientemente corta como para solo cubrir el culo y el escote suficientemente pronunciado como para presumir de dotes. Todo ello culminado con el típico lazo blanco en la cabeza a modo de diadema. Además, sus largas y bonitas piernas vestían unas medias negras.