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sábado, 2 de diciembre de 2017

Venganza infiel



Alberto gimió con fuerza y descargó abundantemente dentro de ella, que apretaba los dientes por el placer que le producía notar el semen calentito inundando su interior. Apretaba las uñas en la espalda de Alberto, quien se aseguró de haber expulsado todo lo que tenía antes de sacarla. Tras un par de minutos de descanso, él se fue a la ducha y ella se quedó en la cama. Aún notaba el semen goteando en su entrepierna.

Cuando Alberto llegó a su casa, se encontró a su mujer esperándole en la cama. Teresa estaba tirada en la cama y llevaba puesto el conjunto preferido de su marido: medias, braguitas y sujetador; las tres piezas blancas y con bonitas transparencias. Alberto sabía lo que su mujer buscaba cuando se la encontraba así. Se quedó quieto mientras ella le iba desnudando prenda a prenda. Cuando sólo le quedaban los calzoncillos, Teresa cogió su mano y le llevó hasta un sillón al lado de la cama. Se sentó él y luego ella encima. Moviendo la cintura con sensualidad, Teresa rozaba su entrepierna con la de Alberto, que estaba empezando a endurecerse.

Alargando la mano, Teresa abrió un cajón y sacó unas esposas. Los dos se miraron sonriendo con complicidad. Esposó las manos de Alberto a una madera horizontal que tenía el sillón tras su respaldo. Luego siguió frotando su cuerpo contra el de él. El miembro de Alberto ya estaba durísimo y amenazaba con salir del calzoncillo. Teresa se levantó del sillón y se movió sensualmente delante de su marido. La forma en que movía el culo y acariciaba sus pechos estaba volviendo loco a Alberto, que de no estar esposado se habría abalanzado sobre ella.

Teresa siguió con su juego y caminó despacio hasta la puerta del baño de la habitación. Abrió la puerta y fue entonces cuando Alberto se llevó una sorpresa que no esperaba. Del baño salió un hombre alto, moreno y barbudo, vistiendo solo ropa interior. Teresa llevó a este hombre de la mano hasta la cama. Alberto no sabía que pensar. Alguna vez había mencionado su mujer el tema de hacer un trío, pero él no estaba dispuesto a compartirla. No soportaba pensar en su mujer con otro hombre.

Su mujer se acercó con una expresión maligna en el rostro hasta el sillón donde él estaba esposado. Volvió a sentarse encima suyo.
 - ¿Crees que no sé lo de las otras mujeres? - Le susurró al oído.
Alberto, atónito, no supo reaccionar ante esa revelación.
 - Pues ahora me toca a mí follarme a alguien. Y tú tienes asiento de primera fila.
Tras un vano intento de levantarse del sillón de golpe, Alberto emitió un bufido de enfado y comenzó a maldecir a su mujer.
 - Te recomiendo que te relajes y disfrutes del espectáculo. - Sentenció ella mientras caminaba hacia la cama sin mirar atrás.

Lo primero que hizo al llegar junto al segundo hombre fue lanzarlo contra la cama agresivamente, abalanzarse sobre él y acariciarle el miembro aún oculto bajo los bóxers. Mordiendo la goma, fue bajando sus calzoncillos con los dientes y su polla fue apareciendo frente a los ojos de Teresa. Dirigiendo la mirada a su marido maniatado, dio unos sensuales lametones a la polla de su amante. Él seguía insultado a su mujer desde el rincón. Le llamaba "puta", "guarra" y cualquier otro calificativo negativo que se le pasaba por la cabeza. Aunque no se lo esperaba, Teresa descubrió que le excitaba oír esos insultos de su marido mientras jugaba con el miembro de otro hombre.

La polla del amante estaba flácida, pero bastaron unos pocos abrazos de los labios de Teresa para endurecerla hasta su máxima capacidad. Teresa disfrutaba cada segundo de la mamada y cada centímetro de un nuevo miembro, algo que no probaba desde que empezó a salir con Alberto. Pero chuparla no era suficiente, quería sentirla dentro. Se quitó las braguitas blancas y se las lanzó a Alberto cachondeándose de él. Después se sentó encima de aquel hombre, gimiendo mientras su polla entraba en su coño. Se oía el forcejeo del marido intentando librarse de sus esposas en vano. Tras unos segundos de adaptación, Teresa comenzó a cabalgar moviendo la cintura como ella bien sabía. El hombre acompañaba los movimientos y participa activamente, pero no decía ni una palabra. Además, era Teresa la que dominaba la situación, y él solo se dejaba guiar. Sabía su papel, esa noche solo era el objeto sexual de Teresa, utilizado para su venganza.

Teresa dejó de saltar sobre él por un momento, solo para darse la vuelta y seguir cabalgando. Pero ahora dándole a él la espalda y mirando de frente a su marido. Alberto ya se había rendido y había dejado de maldecir y de intentar soltarse. Ahora solo miraba, tenso y rojo de furia. Ya no había signo alguno de la erección que antes tenía. Teresa estaba tremendamente excitada al ver así a su mirado, y mirarle a los ojos mientras se follaba a otro hombre. A cada momento que pasaba estaba más cachonda, y eso se notaba en su frenético movimiento de cintura.

Pero aquello no era suficiente para Teresa. Se puso a cuatro patas en el suelo, más cerca de Alberto, entre él y la cama. Mirando hacia atrás, le dio indicaciones al otro:
 - Ven aquí y dame todo lo fuerte que quieras...
El hombre se colocó detrás de ella y le propinó una honda y fuerte penetración.
 - Diosssss... - Gimió Teresa. Apretó los dientes y sonrió.
Notaba la polla golpear con fiereza contra el fondo de su coño y eso le proporcionaba una mezcla de placer y dolor que se hacía evidente en su rostro. Aquel hombre no se cortaba ni un pelo en las embestidas a Teresa. Ella se sentía identificada con la pose sexual de aquel momento. Una perra disfrutando de una dulce venganza.

Alberto apretaba los puños al ver a su mujer siendo follada duramente y oírla gemir de placer. A veces cerraba los ojos intentando evadirse de aquello, pero no podía evitar abrirlos para ver qué estaba pasando. No aguantaba con los ojos cerrados y oyendo a su mujer gemir, así como el sonido del fuerte choque entre los cuerpos, que enrojecía poco a poco las nalgas de Teresa.
 - Eres una puta... - Masculló.
 - Tú eres el puto infiel... - Replicó ella, entre jadeos. - Yo también tengo derecho a disfrutar de otras personas, ¿no? Yo al menos te dejo verlo...
Teresa no pudo seguir hablando porque el hombre que tenía detrás le cogió los brazos y le hizo apoyar la cabeza contra el suelo para seguir follándosela en esa postura. Primero era solo su mejilla lo que se apoyaba contra el frío suelo, pero poco a poco su cuerpo fue cayendo hasta estar completamente tumbada boca abajo en el suelo.

Habían cambiado las tornas y ahora era ella la que estaba siendo dominada. Tirada en el suelo, frente a su marido, y siendo usada por otro hombre. Cuanto más lo pensaba más se excitaba. Esta nueva postura, junto a las fuertes penetraciones, dieron a Teresa un placentero orgasmo como hace tiempo que no tenía. Este clímax hizo florecer en Teresa sus instintos más pervertidos.
 - Ahora córrete tú, vamos... Échamelo en la cara...
Se arrodilló en el suelo y su amante se colocó frente a ella dispuesto a expulsar todo el "amor" que llevaba dentro.

Teresa le masturbaba con una mano mientras le comía los huevos, cosa que hacía como una auténtica guarra, causa de lo excitada y cachonda que estaba por todo lo que estaba ocurriendo. Y todo esto lo hacía a apenas un metro de distancia de su marido esposado en el sillón. Aumentaron los jadeos del otro hombre, que fue señal inequívoca de que estaba a punto de eyacular. Teresa pasó entonces a masturbarle con las dos manos mientras se apuntaba a su propia cara. El semen salió disparado, impactando en las mejillas de Teresa, su frente, e incluso sus ojos cerrados. Ella no podía evitar sonreír mientras notaba la corrida caliente y espesa cayendo en su rostro. Los últimos chorros salieron con menos fuerza y cayeron en su boca abierta. Cuando él dejó de correrse, ella se relamió saboreando una corrida nueva, algo que no hacía desde hacía muchos años, para luego limpiar a fondo la polla de su amante usando su lengua y sus labios.

Alberto vio impotente cómo aquel desconocido descargaba toda su corrida en la preciosa cara de su mujer. Luego ella se sentó de nuevo en su regazo, aún con el rostro impregnado de esperma.
 - ¿Estoy guapa, cariño?
Él no respondió. Ella empujó con los dedos un poco de semen que tenía en las mejillas hasta llevarlo a su boca. Su expresión denotaba gusto por probar una corrida diferente. Tras tragar lo que tenía en la boca, se despidió de su furioso marido dándole un beso en los labios.



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