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domingo, 28 de enero de 2018

Mi perrita Luna



Sábado, 15 de julio. Llegué a casa especialmente cansado del trabajo, más que de costumbre. No me apeteció ni pasar por la habitación a cambiarme de ropa, directamente arrastré los pies hasta el sofá y me senté soltando un resoplido. Busqué el mando a distancia y vi que estaba en la mesa del comedor. Entonces silbé, y por la puerta del dormitorio apareció mi perrita Luna, tan obediente como siempre. Sólo vestía un sujetador rojo con transparencias y un tanga a juego, por lo que sus tatuajes relucían en su piel. Le señalé el mando con el dedo. Luna gateó hasta el comedor arrastrando su largo pelo rojo por el suelo como si fuera un vestido de cola. Llevaba puesta una colita peluda en el culo, que se movía de un lado a otro conforme ella iba gateando. Me encantaba esa colita, y cómo le quedaba a Luna. A ella también le encantaba, dado que desde que se la compré no había día que no se la pusiera. Cogió el mando y luego vino a traérmelo. Gateó hacia mí con los ojos brillantes y el mando en la boca.

Cuando llegó al sofá, dejó caer el mando a distancia en el sofá, junto a mi mano, y me miró con expresión de obediencia. Yo sonreí y le acaricié el pelo como gesto de satisfacción. Encendí la televisión con idea de verla, pero Luna estaba juguetona. Se colocó entre mis piernas, desabrochó mi pantalón y sacó mi polla. Enseguida noté el piercing de la lengua de Luna recorrer mi miembro de abajo a arriba. Se puso a lamer y chupar como buena perrita. Le encantaba hacerlo. Sus babas resbalaban por su barbilla y por mi polla. El piercing de su labio inferior también era una delicia. Añadía un toque extra cuando Luna tenía mi polla en la boca. La televisión estaba encendida porque sí, ni la miraba ni la escuchaba. Solo podía echar la cabeza atrás y dejar a Luna disfrutar con su juguete. Lo lamió todo, incluido cada centímetro de mis huevos. Con ellos también le gustaba divertirse, pero sobre todo con la polla. Las pocas veces que paraba para coger aire o descansar, una prominente sonrisa dominaba su rostro. Me encantaba ver disfrutar a mi cachorrita.

No le costó mucho recibir su recompensa, la cual se había ganado como buena perrita. Notó que estaba a punto de llegar al clímax, y siguió chupando con fuerza mientras su mirada, clavada en mis ojos, pedía leche. Sin avisar, lo cual sabía de sobra que era innecesario, comencé a correrme en la boca de mi perrita. Noté cómo el estrés de todo el día salía de mi a chorros. Fue una tremenda corrida, pero Luna estaba entrenada para eso y más. Con los ojos relucientes de felicidad, abrió la boca para enseñarme su recompensa. Algo de semen desbordó por los labios y resbaló por su barbilla y su cuello. De un trago, mandó toda leche directa a su estómago, para luego reír divertidamente.